
La Punta del Iceberg
¿Qué implica ser varón en nuestra sociedad? Privilegios, sacrificios y prejuicios de ser hombres. Los terribles sucesos de Villa Gesell muestran el otro lado de un mismo fenómeno, desnudan la conducta social, poniendo en evidencia que el machismo patriarcal no sólo es amenaza para las mujeres, sino para los varones “débiles”, ya sea por el sector social de referencia, procedencia, orientación sexual o identidad de género y cualquier otra condición que vulnere al sujeto.
Desde el momento en que nacemos se nos asignan expectativas, valores y normas de acuerdo al sexo al que pertenecemos, es decir, aprendemos la forma en que debemos actuar, pensar y sentir según nuestra condición de hombres o mujeres.
Así la masculinidad se mide a través del éxito, del poder y de la admiración que el varón es capaz de despertar en los demás. Pensar las relaciones de género, las desigualdades, los mandatos culturales y feminidad es prioritario para abordar las cuestiones de la violencia machista y patriarcal.
Es necesario rechazar la simplificadora mirada que acusa a deportistas de una determinada disciplina que solo constituye la punta de un iceberg mayor que sostiene las estructuras de un dominio que organiza el mundo, defiende un “sentido común” que ejerce supremacía y el sostenimiento de la dominación masculina.
Nos preguntarnos ¿por qué participar de un acto repudiable da un sentimiento de pertenencia en una conducta aprobada por todos que los autoafirma y valoriza como integrantes de un grupo o de una corporación?, ¿Por qué una violación o un homicidio se transforman en un objeto ritual compartido goce que los hace sentir poderosos e impunes? La banalidad del mal es la indiferencia, la posibilidad del ejercicio de una acción de destrucción sin la menor compasión, porque la víctima ha dejado de ocupar el lugar de nuestro semejante, próximo o vecino.
Fernando Ulloa reflexiona acerca de la impiedad. “La crueldad siempre requiere de un dispositivo sociocultural que sostenga el accionar de los crueles…”
Esta sociedad convive aún con la formación de jóvenes que son socializados en la naturalización de la crueldad. En ritos de iniciación violentos, abusivos, que les ratifica pertenencia e identidad de “machos”. Con la fuerza física contra las mujeres, pero también contra sus pares que consideran inferiores, cuerpos que feminizan.
La educación sexual integral con perspectiva de género desde las primeras instancias de la formación cumple un rol fundamental. Es necesario tirar abajo los roles estereotipados que se aprenden en la familia, en la escuela y en el barrio. Y el regocijo y goce social que ellos generan. Pero sobre todo empezar a desarmar las premisas sociales hoy vigentes de que las diferencias se resuelven con la eliminación del otro, tratado como desecho y apartado como tal.
Esto es lo que tenemos que desmitificar y deconstruir. Tenemos que trabajar de manera solidaria y preventiva, reflexionando sobre los mecanismos de subjetivación y producción de estereotipos sociales que enseñan desde la infancia todo lo que un hombre dominante debe poseer, donde el poder se impone al sentido común y al respeto por el otro.
En este contexto hoy se imponen la crueldad y la vehemencia. Son esos mecanismos violentos y cotidianos que las familias y las sociedades invisibilizan para con sus varones que están creciendo, para que puedan ingresar y permanecer en ese lugar de pertenencia.
En ese sentido, vivimos en una sociedad donde el androcentrismo permea cada área de la vida social, donde las relaciones de poder asimétricas garantizan la posición social dominante de los hombres y la subordinada de las mujeres y otros géneros.
Sin embargo, escasamente reflexionamos sobre el carácter relacional del género y poco nos cuestionamos por la subjetividad de los varones, por sus prácticas, por los modos en que vivencian las relaciones de opresión y cómo se construyen sus masculinidades.
No hemos tomado suficiente conciencia sobre la necesidad de trabajar también con los varones, reproductores de la violencia cotidiana, quienes —de manera directa o indirecta— son cómplices y productores de un sistema machista y patriarcal.
El asunto no es sencillo: requiere deconstruir imaginarios, costumbres y privilegios a los que los varones acceden y de los que difícilmente querrán desistir. La antropóloga social Sarah Babiker refiere que “a veces es difícil poder interpelar a los varones para emprender un camino que cuestione sus privilegios por el solo hecho de ser varón, que pongan en crisis el modelo de masculinidad en el que fueron, fuimos formados como varones y cómo nos constituimos como sujetos sociales”.
El gran desafío es que las nuevas generaciones no sean sujetadas a los estereotipos de género y que se convenzan de la necesidad de ser para dejar ser. Experimentar cambios en el plano de los sentimientos y los afectos, y que esto inevitablemente se reflejará en el orden público y en sus relaciones sociales.
Es una batalla social, cultural y económica de grandes proporciones, pero cuyos resultados pueden evitar nuevas muertes por violencia o más vidas infelices en medio de agresiones, a causa de una masculinidad que extermina al/la otro/a y acaba fagocitándose a sí misma.
Podemos reclamar, pedir penas ejemplares, exigir códigos de civilidad, pedir más policías, pero, todo eso es llegar demasiado tarde…
Opinión
Irma Silva
Secretaria de Salud Mental y Adicciones
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